
¿Quién lo hubiera imaginado? Cuando creíamos que la inseguridad en Sinaloa había tocado fondo, no sabíamos que, en comparación con lo que vendría, estábamos en una situación menos crítica.
Los niveles de violencia que hoy azotan el estado no dejan de escalar: balaceras, atentados y ejecuciones han cobrado la vida de más de mil personas, según cifras oficiales. Entre las víctimas hay menores de edad -incluida una niña-, mujeres y civiles atrapados en el fuego cruzado. Nadie queda al margen.
La ironía es cruel: hoy, los culichis añoran la “inseguridad” de hace un año -cuando el ayer era menos peor-. Nadie anticipó que la guerra por el control del Cártel de Sinaloa entre facciones rivales alcanzaría esta magnitud de brutalidad. Pero lo más inquietante es la aparición de nuevos capos -”capitos”- que, aunque desconocidos para la sociedad, ya eran objetivos prioritarios de las autoridades estadounidenses. Cada detención, lejos de apaciguar la sed de poder, parece avivar la violencia, que se recrudece hora tras hora.
Ojalá la paz encuentre un camino. Qué Culiacán pueda reactivar su economía, que las familias recuperen la tranquilidad en sus hogares sin el miedo a balas perdidas, incendios o ataques. Pero la realidad es otra: después de las 9:00 p.m., las calles se vacían. La ciudad que nunca dormía ahora se enclaustra, un silencio surrealista que nadie creyó posible.
En medio del caos, queda la esperanza de que algo -o alguien- restaure la paz en esta tierra. Porque Sinaloa, más que guerra, merece futuro.
BAJO LA LUPA
UN PANORAMA CRÍTICO PARA SINALOA
Lo que no destruye la violencia, lo acaba la sequía. El estado vive bajo estos dos flagelos: el centro azotado por una espiral de inseguridad que no cesa, y el norte enfrentando una sequía devastadora. El resultado es un escenario desolador para los productores agrícolas, muchos de los cuales ven cómo sus cultivos -los pocos que aún resistían- se marchitan ante la falta de riego. A esto se suma el desplome de los precios de hortalizas y verduras, así como el incumplimiento en los apoyos gubernamentales, prometidos pero nunca entregados.
La crisis del agua: un problema que nos rebasa:
Mientras tanto, comunidades enteras en el norte de Sinaloa sufren la escasez del vital líquido. La presión en las tuberías es mínima, y el desperdicio sigue siendo alarmante: llaves abiertas al lavar trastes, regaderas corriendo sin necesidad, negocios e industrias consumiendo sin medida. Aunque el gobierno de Ahome, liderado por Gerardo Vargas Landeros, ha trabajado en coordinación con el Módulo de Riego Santa Rosa -encabezado por Mariana Vaca- para garantizar el suministro, los esfuerzos no son suficientes. Las presas están por debajo del 8% de su capacidad, y la conciencia ciudadana parece no avanzar al mismo ritmo que la emergencia.
Hemos agotado nuestros recursos naturales, y ahora pagamos las consecuencias. Solo nos queda encomendarnos a que las lluvias lleguen a tiempo para recargar los embalses, pero también exigir acción y asumir responsabilidades. El agua no es infinita: en otras regiones ya hay conflictos armados por ella. ¿Realmente queremos llegar a eso?
La sombra de la política:
Mientras Sinaloa lucha contra estas crisis, en el ámbito político ya se mueven las piezas para la sucesión gubernamental en 2027. Desde Culiacán, algunos actores buscan desprestigiar figuras como Gerardo Vargas Landeros, visto como un rival fuerte debido a su creciente influencia. Veremos cómo resurgen viejos intereses disfrazados de nuevos liderazgos, mientras la ciudadanía espera soluciones reales y no promesas vacías.
El gobernador Rubén Rocha Moya concluirá su mandato, y aunque algunos intenten negarlo, el respaldo de la presidenta Claudia Sheinbaum hacia su proyecto es claro. Estemos atentos: lo que ocurra en los próximos meses definirá el rumbo del estado.
Reflexión:
Sinaloa necesita más que esperanza: exige acción, conciencia y unidad. La violencia y la sequía no distinguen colores políticos. El momento de actuar es ahora.
“Y recuerde, yo soy responsable de lo que escribo, más no de lo que usted entienda”.