Cuenta regresiva hacia el infortunio en donde el tiempo se desvanece como la esperanza en la lucha contra las diversas dificultades, quizá no basta con lidiar con los problemas de cada uno y de quienes se rodea, por eso se suma a la lista una pandemia, una economía fallida, una prisión física y mental disfrazada en “cuarentena” y una interminable angustia por el futuro.
La realidad ha superado la ficción y la oscuridad se ha apoderado de las mentes. Desde el miedo, los pensamientos obsesivos, inseguridad, infelicidad, angustia, hasta los cambios en lo establecido, hacen del ser humano una marioneta obligada a responder ante lo dictado y si no se teme por enfermar o peor aún perder la vida.
Los colores ahora son inexistentes, anécdotas que cuentan el pasado donde se vivió en libertad, se pudo abrazar sin censura, besar sin miedo, saludar sin sentir temor ni perseguido por algo intangible, en donde las imágenes eran partes de las emociones positivas, el ver un conejo, un tigre, un elefante, hacían que el infante olvidará el mal rato que vivía, cosa tan simple que rescataba. Ahora hasta eso es arrebatado con la supuesta mención “en la actualidad el producto es comprado por su composición y no por su imagen”, es ilógico pensar que las personas dejarán de consumir y no “saber” que la gente era consciente de lo que contenía cada producto antes de ser etiquetado como un símbolo terrorista, aumentando trastornos alimenticios, porque cabe señalar que el miedo es el principal motivo de una enfermedad y de decisiones negativas. Por lo que se lleva a pensar que lo sucedido hoy en día es producto de un control mental global. Posiblemente en un futuro no muy lejano se exigirá no usar ropa de colores con la justificación de un mundo “incluyente”, una vida en blanco y negro.
“No existe el principio ni el final, es tan solo la infinita pasión de la existencia terrenal y espiritual, y esta última jamás desaparecerá”.